Cuando diseñamos una presentación con la pretensión de que sea atractiva, que motive la participación del público, debemos plantearnos si las diapositivas de un Power Point nos aportan valor, o si, por el contrario, nos pueden encorsetar.
Es cierto que un Power Point nos sirve de apoyo para mantener el hilo estructural de nuestra presentación, pero también redirige la atención del público a la diapositiva, lo que implica que, en un determinado momento, la audiencia deja de escucharnos y se relaja la complicidad entre el público y el ponente.
¿Cuándo puede ser interesante presentar sin Power Point?.
En presentaciones breves -inferiores a 45’ de duración- en las que se busca la complicidad con el público.
En ocasiones en las que los datos y detalles técnicos no sean muy relevantes.
Al prescindir de un Power Point debemos poner el énfasis en aspectos como:
- Nuestra audiencia: sus prioridades, sus preferencias, sus preocupaciones y medios. Es importante que nuestro discurso se centre en puntos relevantes para nuestro público.
- Nuestro aspecto y nuestro lenguaje corporal. La imagen y la actitud que transmitimos cuando nos expresamos forma parte de nuestra “marca” como ponentes. Es importante la expresión de nuestro rostro y la conexión visual con los asistentes. También lo es especialmente nuestra entonación, nuestra pronunciación, las pausas, y el ritmo al expresarnos. En este apartado es esencial mostrarnos auténticos, conectar con nuestra esencia: sólo así conseguiremos generar confianza.
- El formato historia es el que más funciona. “Érase una vez…”.
- Comenzamos enunciando un contexto, reto o problema.
- Señalamos cómo es la situación de la audiencia en relación a ese contexto.
- Dónde está la audiencia en relación a ese aspecto.
- Qué situación objetivo deseamos para la audiencia.
- Llamada a la acción. Normalmente es el motivo de nuestra charla.
- Ideas que argumentan la llamada a la acción.
- Un máximo de 3 explicaciones que sostengan cada una de esas ideas.
- Un máximo de 3 detalles por cada explicación.
- Los ejemplos prácticos que se ajusten al perfil de la audiencia incrementa la atención. En este punto debemos decidir qué recursos utilizamos. Distinguimos:
- Recursos lógicos: hechos, datos, cifras, estadísticas. Lo ideal sería ofrecer un par de datos llamativos y contrastables.
- Recursos visuales: imágenes, vídeos -importante que la duración de éstos no exceda los 2’-, objetos que el público pueda ver o palpar.
- Recursos emocionales: historias, humor, metáforas.
- Ensayar es importante y ajustarnos al tiempo más, por no hablar de la puntualidad. Si necesitamos acortar prescindiremos de las explicaciones y detalles. Con experiencia seremos capaces de improvisar, pero la preparación siempre es una garantía de éxito.
- El final, la conclusión de una presentación, es el momento clave, el broche, el colofón. Es el punto del que depende en mayor parte si habrá o no aplauso del público. Se recomienda enunciar conclusiones sencillas, conectar emocionalmente con el público, volver al inicio para señalar en qué hemos avanzado.
En definitiva, sin Power Point debemos poner en valor nuestro mensaje y nuestro encanto y capacidad de empatía como ponentes. Si además quieres conocer algunas herramientas para hacer presentaciones memorables, no te pierdas este artículo que escribimos hace un tiempo.
Y llegará un momento en el que realmente disfrutemos cuando realicemos presentaciones…
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